Las sobremesas de los domingos siempre son duras para todos, especialmente en época de exámenes. El sofá se vuelve de pronto tan cómodo, tan acogedor, que no te queda otra que fundirte con él. Claro, en esas condiciones acabas viendo lo que te echen, aunque normalmente no te pararías ni dos segundos. No es falta de criterio: es un fenómeno médico o lo será algún día.
Pero no siempre sale mal, afortunadamente. A veces das con películas que por lo menos son entretenidas y consiguen superar su propuesta, aunque moderadamente.
Como os habréis imaginado ya, este es el caso de Dime con cuántos. Es la típica comedia romántica (en serio, la tipiquísima comedia romántica) pero con un puntín interesante, lo justo para dejarse ver.
Partimos de la base de que en general el concepto de estas películas a mí personalmente me parece ofensivo. Y es que muchas veces las protagonistas de estas películas acaban siendo poco más que, no sé, dietas andantes que acaban dejando a un lado su propia personalidad para perseguir un marido.
¿Y dónde colocamos a Dime con cuántos, entonces? Pues mirad, por lo menos la chica tiene buen comer. Lo que la motiva a mí me parece una estupidez pero a ella se le pasa porque, por una vez, a la protagonista de una comedia romántica se la desarrolla lo suficiente como para cogerle hasta cariño. Puede sonar absurdo, pero el hecho de que esta chica no sea tan típica ni tan típicamente desastrosa para mí supone bastante.
Y por eso vi Dime con cuántos entera, aguantando anuncios y todo. Ya sabía lo que iba a pasar, ya sabía cómo iba a pasar y por qué, pero este personaje tenía suficiente encanto como para dejar eso a un lado. Por supuesto que esta no es la mejor película que he visto en mucho tiempo, pero sí una de las pocas comedias románticas de domingo por la tarde que veo hasta el final. Y hasta me reí. A veces pasé un poco de vergüenza ajena, pero sobre todo me reí. Fue una buena tarde de domingo.
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