miércoles, 2 de abril de 2014

El gran hotel Budapest

Wes Anderson tiene ese estilo tan particular que nunca pasa desapercibido. Ni siquiera yo, que tengo poco ojo para estas cosas, dudo en identificar una de sus películas. Me gusta porque esa imagen siempre tiene un sentido: aporta algo de verdad a la historia. 
Esta particular estética es lo que hace que las películas de Wes Anderson se conviertan en cuentos modernos. Al menos para mí tienen ese aire de irrealidad, aunque nunca demasiado como para que dejen de ser creíbles (a su manera, claro). Supongo que por eso, porque en el fondo siempre me encantó que me contasen cuentos, me zambullo con tanto entusiasmo en cualquiera de las películas de este hombre.
No obstante, tengo que reconocer que El gran hotel Budapest no es lo mejor que ha hecho Anderson. El comienzo era más que prometedor: nos iban a contar una historia, una "de las de toda la vida". Es uno de los pocos casos en los que no me quejo de las voces en off; todo lo contrario. La verdad es que me gustan este tipo de cruces entre cine y literatura, sobre todo cuando se hacen así de bien.
Los problemas de El gran hotel Budapest aparecen al final, muy al final, después de ver la película y de haber pensado un poco en lo que se ha visto. No sé hasta qué punto esto es bueno o malo. Realmente tiene mérito poder plantear una historia con alguna que otra laguna y no perder por ello al espectador ¿no? 
El gran hotel Budapest es una película que se disfruta. Siempre entretiene; a veces también sorprende. Sin embargo, no se puede decir que esté tan bien hilada como otras. Creo que Anderson no supo manejar del todo bien la historia, que se metió en demasiadas líneas argumentales y se empeñó en demasiados cameos, y acabó dejando muchos cabos sueltos. Una pena, porque tiene algunos puntos realmente geniales. 

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