jueves, 4 de mayo de 2017

Legión (T1)

Estaba tan eufórica por el estreno de Legión que hasta leí un artículo sobre el tema en Quinta Temporada. Y mirad que yo soy muy mía para estas cosas, que intento proteger las primeras impresiones como si fuesen de cristal. Pero, no sé, había algo en Legión que me atraía como un imán. 
Al final, leer ese artículo fue lo mejor que me pudo pasar. No sólo prescinde de spoilers (que es uno de mis mayores miedos), sino que da la idea clave para ver Legión: la subjetividad. 
En el fondo esta temporada no deja de ser la clásica historia del nacimiento de un héroe pero, si algo la hace única y personal, es precisamente que se rige por la perspectiva de su protagonista: lo que David ve es justo lo que Legión nos da. 
A cambio de una división firme entre realidad y sueño, Legión ofrece una de las estéticas más cuidadas que he visto en muchísimo tiempo. Estoy lejos de ser una entendida, pero tengo la sensación de que no hay nada al azar en esta serie: el color, las luces, el vestuario de aire anacrónico, la música... Legión es sencillamente deslumbrante. Casi me daba miedo parpadear mientras la veía, porque hasta el más nimio detalle podía acabar siendo crucial.
Si le tengo que poner una pega, por poner una, diría que en un par de capítulos (2 y 3, si no recuerdo mal) la acción se detiene demasiado. Entiendo que había mucho que explicar pero, personalmente, soy más partidaria de aclaraciones breves y espaciadas; creo que el ritmo general no se resiente tanto. Ojo, de ninguna manera esto quiere decir que Legión deje de ser interesante: nada de lo que se cuenta es gratuito. De todas formas, si lo peor que se puede decir de una serie es esto, es que estamos ante algo de calidad. 
Cuando lleguéis al final de la temporada, esperad a que acaben los créditos: hay una pequeña escena que, aunque duele como una patada en el estómago, es necesaria para la segunda temporada. Se estrenará, por cierto, en 2018. Intentad sufrir la espera en compañía.

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