Whiplash es una de esas películas que hay que explorar con los cinco sentidos. Aprovechad ahora que aún está en cines, aunque queda muy poco tiempo.
La primera vez que oí hablar de Whiplash no me detuve dos veces a pensar en ella. Luego me encontré con el trailer. Tampoco fue una impresión tremenda, pero en aquella ocasión ya quedó algo a lo que darle vueltas. Menos mal que todo cuajó y ayer fui a verla.
Se me hace muy difícil contaros de qué trata Whiplash sin caer en tópicos que os disuadan. Es que realmente esta película no huye de los motivos clásicos, sino que los recupera para dinamitarlos desde dentro. Me refiero, por si queréis algún detalle más concreto, a la típica relación entre un empecinado discípulo y su intransigente maestro. Soy consciente de que una historia así por sí sola no basta para interesarse por una película, pero es que Whiplash es muchísimo más que eso. Dadle una oportunidad.
Para empezar, explora con más calma a cada uno de estos personajes. Hasta ahora, en la mayoría de este tipo de películas lo único que movía a los protagonistas era el deseo de ser mejores o de hacer mejor al otro; siempre había un noble propósito detrás de todo. Sin embargo, Whiplash aprovecha esa zona gris de la moral para darle una pequeña vuelta de tuerca. Aquí la pasión, pura y arrolladora, es el principio y el fin de todo.
En fin, por unas cosas o por otras, Whiplash no es una película que pueda dejar a nadie impasible.