Creo que tenía doce o trece años la primera vez que vi esta película. Por supuesto, entonces no fui capaz de entender todo lo que suponía: qué iba a saber yo sobre el Muro de Berlín o sobre lo que era ser artista o sobre las personas en general. Pero en defensa de mi adolescente yo tengo que decir que, aunque sabía que se me escapaban cosas, ya notaba (más que sabía, todo hay que reconocerlo) que era una buena película.
La semana pasada, como por casualidad, me di de bruces una vez más con La vida de los otros. Por suerte, el tiempo ha hecho su trabajo y esta vez pude meterme de lleno en la película.
No recuerdo muy bien cómo sería en aquella ocasión, pero en esta me sentí pequeña, más que entonces, de eso estoy segura; pequeña y confusa porque no sabía dónde podía encajar yo en el puzzle que es el mundo ni si realmente puede llegar a encajar a alguien.
No quiero adelantaros cosas. Sólo me gustaría dejar claro que esta es una película que hay que ver porque, entre otras cosas, es pura humanidad, tanto en lo bueno (que lo hay) como en lo malo (que a veces apodera). No es que tenga un mensaje optimista o pesimista; el asunto no va por ahí. Es que en La vida de los otros esa vida se hace esférica: el mundo va girando, nosotros con él, y todo se descalabra aunque no seamos conscientes o no queramos serlo. ¿Qué sentido tiene, entonces, esa distinción entre "nosotros" y "los otros"?
Sé que esa no es la única lectura posible de La vida de los otros pero eso es lo bueno de esta película: hay muchas posibilidades para abordarla, tantas que no parece que lleguen a agotarse. Lo que está claro es que ofrece mucho más de lo que muestra.
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