Mi primer encuentro con The Secret of Kells se parece mucho a aquel episodio que os conté a propósito de La canción del mar. Parece que es lo que pasa con estas películas: no necesitan más que una imagen para atraparte, y con un par de notas ya les perteneces para siempre.
Y de ahí mi conflicto, creo.
No me queda más remedio que decirlo directamente: La canción del mar me gustó mil veces más que The Secret of Kells. El caso es que no creo que las esté comparando (no quiero compararlas), aunque son muchas las circunstancias que unen estas dos películas; no puedo obviar eso, por mucho que lo intente.
Llevo un tiempo pensando qué es lo que tenía La canción del mar que me falta en The Secret of Kells. Las dos tienen ese aire como de cuento, las dos irradian el mismo encanto atemporal... Sé que todo lo bueno que hay en The Secret of Kells se repite en La canción del mar. Parece que lo que falla, entonces, es la historia. Aunque en ambas los cuentos y las leyendas constituyen uno de los pilares fundamentales de la trama, en The Secret of Kells nada de eso se llega a contar: sólo se ven sus efectos en la línea principal. Uno puede deleitarse con la imagen, pero sin los cuentos parece que alguien se ha guardado la mitad de la película y no la ha querido compartir. Creo que ese es mi conflicto con esta película, pero saberlo no es un alivio.
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