En un paquete sin grandes adornos, ayer por la mañana llegó Nimona a mi casa. La tarde ya la pasé en crisis post-libro.
El caso es que yo sólo iba a echarle un vistazo para centrarme luego en cosas de clase; este es mi primer cómic, así que sentía muchísima curiosidad. Leí las dos primeras páginas porque no sé hojear un libro de otra forma y, cuando quise darme cuenta, ya iba por la mitad.
Estaba tan sorprendida que se lo iba comentando a unas amigas. Una de ellas me pidió un croquis del argumento y lo único que pude hacer fue esbozar una escuetísima lista de lo que debe de ser la esencia de Nimona: una adolescente que puede cambiar de forma a voluntad, un villano protagonista, Edad Media "contemporaneizada"... También llegué a decirles que me estaba riendo mucho, y ahí lo tuve que dejar. Faltan algunos elementos, claro, pero en realidad eso no es importante: Nimona es mucho más que la suma de sus partes.
Creo que lo que terminó de atraparme fue entrever, ya desde el principio, que en esta historia no existe una línea recta que distinga el bien y el mal: todos los personajes son moralmente cuestionables, y encima es una institución la que decide quién es héroe y quién villano, y lo coordina como un trámite burocrático. Y esta, que parece una transgresión esencial, se explica de una forma tan natural que sólo queda hacer una brevísima pausa al final de un capítulo para maravillarse un segundo antes de seguir leyendo.
El final me dejó más preguntas que respuestas, pero a lo mejor ese es precisamente su encanto, quién sabe. La verdad es que soy incapaz de ponerle pegas a un libro que ya quiero volver a leer.