No suelo ver biopics porque tengo la sensación de que nunca son fieles a la realidad, de que sólo se hacen para conseguir que el protagonista quede bien. Ese tipo de películas no tienen ningún problema en dejar fuera de su foco todo aquello que pueda resultar mínimamente reprochable; esa, en mi opinión, es la peor de las mentiras.
Menos mal que Mi nombre es Harvey Milk es una película sobre ideas. Narra, además, uno de los episodios más absurdamente oscuros de la historia de Estados Unidos (ojo al final, justo antes de los créditos).
Me ha sorprendido muy gratamente el modo en que esta historia es contada. Me alegro de que, por una vez, no se centre en el personaje y supedite todo lo demás a él. En este caso, a pesar de que el narrador es el propio Milk, el retratado constituye el eje de la acción, sí, pero nunca se pierde de vista el hecho de que forma parte de un todo y de que, a lo largo de la vida, uno conoce a ciertas personas que van a acabar constituyendo capítulos completos por sí solas. Mi nombre es Harvey Milk es muy consciente de todo eso por lo que el producto final se parece en muchas ocasiones a una pieza coral, no una monografía. Se agradece este soplo de aire fresco.
Además, no me puedo ir sin mencionarlo, esta película cuenta con un elenco impecable, encabezado por Sean Penn. En serio, nunca hasta ahora había valorado a este hombre todo lo que se merecía.
Se hace un poco duro ver que estamos todavía a medias en temas de igualdad, a todos los niveles, pero lo extraordinario de Mi nombre es Harvey Milk, es que te da en la cara con esa verdad sin caer en un tono panfletario o moralizante. Es, en una palabra, un peliculón.
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