Tarantino trasciende géneros; es su don.
Una se pone a ver una película de Tarantino y sabe que sobre todo se va a encontrar mucha sangre.
Ya habíamos hablado de Tarantino a propósito de Reservoir Dogs y, la verdad, después de aquello no queda mucho más que decir. No suele pasarme, pero mantengo lo que dije en su momento. Como mucho, estoy hasta más entusiasmada que entonces.
Lo que me gusta de este director es que consigue darle una forma nueva a películas clásicas como, en el caso de Kill Bill, las de artes marciales. Se puede ver que esto no es lo típico. No sé exactamente qué cambia porque no soy una forofa de este tipo de cine pero sí creo que hay algo que hace a Kill Bill muy diferente. Me baso más que nada en que nunca pude aguantar una de esas películas hasta el final y, sin embargo, Kill Bill hasta se me hizo corta.
Está claro que la venganza, piedra angular de esta saga, no es algo ni mucho menos nuevo. El sello de Tarantino quizá esté en la hábil conjugación de tradición y vanguardia, solemnidad e innovación. Además de, por supuesto, los litros y litros de sangre que casi constituyen la marca de la casa.
Kill Bill, que en principio no parece más que la historia de una mujer que desea vengarse de aquellos que casi la destruyeron, es una película brillantemente concebida y realizada. Es simplemente apabullante, imprescindible.
Puesto #36 de las 200 de Cinemanía.
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