Hace tiempo fui con una buena amiga a un centro comercial. No recuerdo qué estábamos haciendo allí exactamente. Sé que no fuimos porque sí, a dar una vuelta o algo por el estilo, porque este centro no nos queda precisamente cerca de casa y, además, no soy de las de:
En cualquier caso, ahí estábamos mi amiga y yo, sin nada que hacer. Caminamos, caminamos... y topamos con una tienda de mascotas.
No me paro demasiado en este tipo de tiendas. Mi niña interior ya sufrió bastante en su momento. Pero mi amiga, en uno de esos arrebatos de entusiasmo infantil que la caracterizan desde que nos hemos hecho mayores, corrió hacia el escaparate.
Había conejos (siempre los hay, en absolutamente todas las tiendas; es increíble) y perritos. Unos cachorritos preciosos, negros, peluditos, preciosos, pequeñitos, preciosos...
El arrebato de mi amiga nos llevó hasta dentro de la tienda. Al lado de su jaula. Mi amiga metió un dedo entre los barrotes. Bueno, más bien estampó la yema del dedo y algo de carne pasó al otro lado. Uno de los cachorros se acercó y empezó a lamerla y, de paso, a la palanquita que mantenía cerrada la jaula.
No pude evitar acordarme de Maldito karma, de David Safier. La protagonista de esta novela es Kim, una agresiva y ambiciosa reportera que, un buen día, muere. Se le cae un satélite ruso encima. No entraré en detalles para evitar probables spoilers. Baste decir que, cuando muere, se reencarna en hormiga. A partir de ese momento, tendrá que hacer buenas acciones para, a su muerte, reencarnarse en un animal superior, así hasta volver a ser humana.
Os preguntaréis por qué me acordé de este libro. Suena absurdo. Lo hizo en su momento y siempre lo hará, pero aquel perrito... Parecía desesperado por salir de allí (ayudan todas las leyendas urbanas en torno a las tiendas de animales, por lo menos las de mi ciudad) o por decir algo. No lo típico de "Llévame a tu casa y quiéreme". No, parecía algo más serio. Como una misión, como la misión de Kim Lange.
En mi defensa diré que cuando pasó esto acababa de leer el libro.
A propósito, en un post anterior, El guionista, los peces y la lectora que no sabía lo que decía, ya hablaba de Maldito karma. Dije que tenía ganas de leerlo para comprobar si todos los guionistas tenían los mismos "problemillas" a la hora de pasarse a la novela. Pues bien: no voy a dar el mito por cazado aún. Mi madre ha comprado los otros libros de Safier, Jesús me quiere y Yo, mi me... contigo, así que los tomaré prestados en algún momento del año para confirmar mi hipótesis. Os mantendré informados.
De momento, lo que sí es seguro con este hombre es que te ríes. No llegas a llorar, porque por lo menos en Maldito karma el drama no es tan intenso, pero te ríes mucho. Y hace falta.
No sé qué habrá sido de aquel perrito, por cierto...
En cualquier caso, ahí estábamos mi amiga y yo, sin nada que hacer. Caminamos, caminamos... y topamos con una tienda de mascotas.
No me paro demasiado en este tipo de tiendas. Mi niña interior ya sufrió bastante en su momento. Pero mi amiga, en uno de esos arrebatos de entusiasmo infantil que la caracterizan desde que nos hemos hecho mayores, corrió hacia el escaparate.
Había conejos (siempre los hay, en absolutamente todas las tiendas; es increíble) y perritos. Unos cachorritos preciosos, negros, peluditos, preciosos, pequeñitos, preciosos...
El arrebato de mi amiga nos llevó hasta dentro de la tienda. Al lado de su jaula. Mi amiga metió un dedo entre los barrotes. Bueno, más bien estampó la yema del dedo y algo de carne pasó al otro lado. Uno de los cachorros se acercó y empezó a lamerla y, de paso, a la palanquita que mantenía cerrada la jaula.
No pude evitar acordarme de Maldito karma, de David Safier. La protagonista de esta novela es Kim, una agresiva y ambiciosa reportera que, un buen día, muere. Se le cae un satélite ruso encima. No entraré en detalles para evitar probables spoilers. Baste decir que, cuando muere, se reencarna en hormiga. A partir de ese momento, tendrá que hacer buenas acciones para, a su muerte, reencarnarse en un animal superior, así hasta volver a ser humana.
Os preguntaréis por qué me acordé de este libro. Suena absurdo. Lo hizo en su momento y siempre lo hará, pero aquel perrito... Parecía desesperado por salir de allí (ayudan todas las leyendas urbanas en torno a las tiendas de animales, por lo menos las de mi ciudad) o por decir algo. No lo típico de "Llévame a tu casa y quiéreme". No, parecía algo más serio. Como una misión, como la misión de Kim Lange.
En mi defensa diré que cuando pasó esto acababa de leer el libro.
A propósito, en un post anterior, El guionista, los peces y la lectora que no sabía lo que decía, ya hablaba de Maldito karma. Dije que tenía ganas de leerlo para comprobar si todos los guionistas tenían los mismos "problemillas" a la hora de pasarse a la novela. Pues bien: no voy a dar el mito por cazado aún. Mi madre ha comprado los otros libros de Safier, Jesús me quiere y Yo, mi me... contigo, así que los tomaré prestados en algún momento del año para confirmar mi hipótesis. Os mantendré informados.
De momento, lo que sí es seguro con este hombre es que te ríes. No llegas a llorar, porque por lo menos en Maldito karma el drama no es tan intenso, pero te ríes mucho. Y hace falta.
No sé qué habrá sido de aquel perrito, por cierto...
Soy una hormiga y encuentro esto ofensivo.
ResponderEliminarComo aclaración, en realidad soy Sergio Romero.
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