miércoles, 1 de septiembre de 2010

Agua del limonero, de Mamen Sánchez

Agua del limonero es una novela que, al parecer, está teniendo bastante éxito. No sé cuántas ediciones lleva ya: sé que me compré una cuarta edición en agosto y ya van por la novena o decimonovena, no estoy segura. Librería a la que voy, kiosco en el que entro, Yuppi en el que acabo, ahí está: Agua del limonero me persigue. No son datos claros, pero sí orientativos. Y, según la aparentemente unánime opinión pública, Mamen Sánchez se consagra con esta su tercera novela como una de las mejores autoras españolas actuales.
Mi "problema" ahora es: ¿de verdad es Mamen Sánchez lo mejor de lo mejor ahora mismo? La verdad es que no conozco toda su obra, ni muchísimo menos. Le había echado el ojo a Agua del limonero hacía ya tiempo, pero no fue hasta el pasado mes de agosto cuando lo leí. Me recordó desde un principio a El cuento número trece, de Dianne Setterfield, un libro al que yo siempre tendré mucho cariño y recordaré como uno de mis eternos favoritos. Eso fue lo que me atrapó al leer la sinopsis, y quizá lo que me perdió a la hora de leer el libro. Creo que esperaba más, mucho más, de lo que al final leí.
Agua del limonero empieza contando la historia de Greta Bouvier, una gran dama en el New York actual. De momento, sólo sabemos de ella que su inmensa fortuna procede de la herencia de su difunto marido, que su hijo es viudo también, y que su nieta es una excéntrica joven que prefiere las calles de París a la Gran Manzana. Greta Bouvier no concede entrevistas, oculta su verdadera historia tras una espesa cortina de mentiras y engaños, hasta que un día a la brillante y prometedora periodista Clara Cobián le ofrecen escribir su biografía en la revista en que trabaja.
Y de repente... ¡zasca!, la primera en la frente. Nos damos de bruces con el primer punto en común entre dos mujeres en apariencia tan distintas: las dos se enamoraron de hombres obscenamente mayores que ellas. Clara cayó rendida a los pies de un profesor de la facultad, lo que trajo fatales consecuencias para la reputación de ambos, sobre todo la de ella; y el fallecido Thomas Bouvier estaba más cerca de los ochenta que de los setenta cuando se casó con Greta, teniendo ella veinticinco años. Sus historias de amor resultaron inverosímiles para todos cuantos fueron testigo de ellas.
Tengo que reconocer que fue este nexo tan fuerte y tan obvio entre ambas lo que me puso de mal humor y me predispuso en contra del libro antes de leer las cien primeras páginas. Me pareció algo superficial y muy poco sutil. Corrí a avisar a amigos y conocidos: no lo leas, es una ñoñez, les dije. Repito que entonces no llevaba ni cien páginas, por lo que sucedió lo inevitable: me equivoqué. Al menos en parte. Mantengo que es una ñoñez, pero eso no significa que no merezca la pena, ni mucho menos. Agua del limonero deja un regustillo agridulce, un comecome en la cabeza, un viento como de otra parte, y una sensación de frío y vacío en el pecho que deja paso a la más profunda confusión cuando se acaba el epílogo. Al terminar Agua del limonero me sentí como si hubiera estado chupando un limón una semana entera. ¿Y sabéis qué? Lo volvería a hacer.

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